El Puente de los Espías: «Stoikiy muzhik»

El Puente de los Espías: «Stoikiy muzhik»

Se va acabando 2015 y con él la oportunidad para presentar candidatas a los aclamados premios Oscar, ocasionando una frenética carrera de estrenos en estos meses finales del año, un verdadero quebradero de cabeza para el espectador, agobiado ya de ver tantas fechas en rojo señaladas en su calendario. Bendito agobio, para qué mentirnos.

Con una cartelera bastante cargada de películas interesantes, me decidí por la nueva película de Steven Spielberg, ya que, con la cabeza fría, me pareció de tontos arriesgar teniendo la carta ganadora en la mano: lo nuevo de uno de los directores más talentosos en vida, padre de clásicos instantáneos como «Tiburón» (1975) o «E.T.» (1982) y de sagas míticas como «Indiana Jones» y «Jurassic Park».

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“El Puente de los Espías” (2015) se sitúa en los años 50, en plena guerra fría entre americanos y soviéticos. James Donovan (Tom Hanks), un abogado de seguros de Brooklyn, será reclutado por la CIA con el objetivo de negociar un intercambio de espías entre Estados Unidos y la Unión soviética. El trabajo sería coser y cantar si no fuera porque el intercambio debe realizarse en territorio germano, concretamente en Berlín, y en el momento justo en el que la ciudad comienza a dividirse en dos, atravesada por un muro de ladrillo gris y sombra alargada. Pero bueno, no seamos pesimistas, citando un diálogo de la película: “La labia de un abogado americano puede engatusar a cualquiera, ¿no?”.

Que Steven Spielberg trabaja como un artesano no es ya ningún secreto. La ambientación invita a pensar, desde la primera escena, que estamos ante un clásico instantáneo. Y es que el cuidado y el cariño que transmite cada fotograma demuestra, una vez más, que determinadas personas nacieron para hacer cine: los hermanos Coen, que ayudan a pulir un guión muy sólido, riéndose de lo absurdo que resulta en ocasiones la burocracia; Thomas Newman, que nos regala una música deliciosa; Tom Hanks, que es un actor rebosante de talento, de los que te vencen con la expresión de su rostro; y Mark Rylance, capaz de demostrar que un leal espía soviético puede ser también una persona entrañable.

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La narración de Spielberg es la de las grandes historias, aquellas protagonizadas por hombres buenos que luchan firmemente contra toda clase de adversidades. Y quizás, el tropiezo más señalado de “El Puente de los Espías” sea precisamente ese, el obviar una escala de grises que ayude a dibujar bandos y personajes con una gama más amplia de matices y más en un conflicto como el de la Guerra Fría, donde intervienen Americanos, Soviéticos, Alemanes Federales y Democráticos, etc.

Pero, ¿no pasa en la historia como en el cine, que de vez en cuando aparecen hombres extraordinarios? Puede que el relato ahonde poco en los conflictos políticos y sus consecuencias sociales, pero Spielberg, como ocurriese en otras obras suyas como “Munich” (2005) o “La Lista de Schindler” (1993), trabaja desde la perspectiva de un solo hombre, un abogado en este caso, que se mantiene incorruptible e inquebrantable, («Stoikiy muzhik» como dirían los soviéticos) y que al final, lo único que quiere es hacer bien su trabajo, volver a casa y tumbarse en la cama.

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Yo soy firme defensor del realismo cinematográfico, y de que, si el desenlace de una historia tiene que ser gris, o incluso negro, que así sea, seguramente acabe despertando en mí más cosas que cualquier otro final complaciente. Sin embargo, he podido comprobar la aparición de un grupo de detractores del «final feliz», un grupo de críticos llenos de cinismo, que no tienen complejos a la hora de despellejar una película simplemente por el «buen-rollismo» que ésta transmite. Y las cosas tampoco deberían ser así. No todo el cine va a convertirse en drama, thriller y comedia negra (por mucho que a mí me gusten estos géneros) porque para eso ya está la vida real, con sus políticos y sus Cheryshevs. A la vista está que los grandes directores, cuando tienen una buena historia que narrar, como ocurre con Ridley Scott y su peli “The Martian” (2015), consiguen abstraerte de todo lo que te rodea, zambulléndote de lleno en la historia que te están contando a través de su positivismo.

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El cine que concibe Spielberg, ya sea del género que sea (los domina todos) es un cine puro e inocente, que contiene historias maravillosas, con héroes increíbles y villanos cruelísimos. A veces se nos olvida que salir del cine con una sonrisa es sumamente necesario, aunque en el fondo sepamos que los buenos no fueron tan buenos, ni los malos tan malos. Cineastas como Spielberg están ahí para recordárnoslo.