La grande bellezza.

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«La Grande Bellezza» (2013)

Ayer volví a visitar Roma. Anduve de fiesta en fiesta, asistiendo atónito al desfile de una fauna caótica, extravagante, banal y vacía. Los mundanos habían perdido a su rey. Jep Gambardella había dejado de ver el mar en el techo para navegar en él, había dejado de buscar la gran belleza para dejar que sus raíces inundaran espontáneamente su inspiración, y, por fin, había vuelto a escribir, alejándose de aquella locura de tren sin destino que cada noche descarrilaba en la mañana.

Abatido, paseando mi resaca matutina al margen del río, lo vi. Pensaba que había abandonado Roma para siempre, pero debía estar equivocado. Estaba sentado de espaldas a mí, en un carcomido banco de piedra, y vestía un Rebecchi que debía ser nuevo. Con la cabeza ladeada mientras se fumaba un cigarro, observaba atónito como una pareja discutía en el lado opuesto del Tíber.

Quise acercarme, decirle que llevaba días y noches enteras buscándole, que necesitaba aclarar un par de dudas sobre su última novela, pero no pude moverme. Sentí miedo, y las manos me sudaban como le sudan a una joven novicia que descubre por primera vez el deseo en la mirada de un hombre. Pensé que podría decepcionarle, que mis preguntas descubrirían una ignorancia vulgar o, peor aún, que él podría decepcionarme a mí.

Continué mi paseo, observando desde la lejanía como la joven pareja se reconciliaba con un beso, jurándose amor eterno como cada mañana, y de repente recordé, como uno se reconcilia con la vida a través de esos momentos fugaces de belleza. Antes de dejar la ribera para abandonarme a la oscuridad de mi dormitorio de hotel, volví a buscar la silueta de Jep en aquél banco de piedra, pero ya no estaba, había desaparecido. Supongo, que en el fondo, es solo un truco.

Jep